Dios, Uno y Trino, habían previsto desde el principio, el futuro encarnación de la Palabra que culminó con el rescate de la naturaleza humana que había caído en el pecado. Por lo tanto, los predestinó a una María pura para que pudiera sacar de su humanidad no contaminada, la cual el Hijo podría adoptar con el fin de restablecer en sí mismo la pureza original de la creación y reorientar a la gloria eterna. Por esta razón, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, San Pablo nos recuerda que Dios quiere vernos santos e inmaculados ante Él.

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