Actualizado agosto 20, 2022

La poesía siempre es sensible a ciertas temáticas específicas y, seguramente, la despedida es una de sus favoritas. Despedirse del mundo, de una persona, de una realidad; despedirse en definitiva nos vuelve sentimentales. A continuación, como en ningún otro sitio, presentamos una selección de poemas de despedida con autor para descargar y disfrutar. 

Poemas de despedida con autor

La despedida es un sentimiento universal, porque como dice la famosa ley física «para avanzar hay que dejar algo atrás». Aquí haremos alusión a una multitud de autores famosos que nos embelesaron con sus poemas de despedida.

Poema de la despedida (José Ángel Buesa)

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste… No sé si te quería…
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Despedida (Jorge Luis Borges)

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino,
firmamento que estoy viendo y perdiendo…
Definitiva como un mármol entristecerá
tu ausencia otras tardes.

Despedida recordando un adiós (César Vallejo)

Al cabo, al fin, por último,
tomo, volví y acábome y os gimo, dándoos
la llave, mi sombrero, esta cartita para todos.
Al cabo de la llave está el metal en que aprendiéramos
a desdorar el oro, y está, al fin
de mi sombrero, este pobre cerebro mal peinado,
y, último vaso de humo, en su papel dramático,
yace este sueño práctico del alma.
¡Adiós, hermanos san pedros,
heráclitos, erasmos, espinosas!
¡adiós, tristes obispos bolcheviques!
¡adiós, gobernadores en desorden!
¡adiós, vino que está en el agua como vino!
¡adiós, alcohol que está en la lluvia!
¡adiós también, me digo a mí mismo,
adiós, vuelo formal de los milígramos!
¡también adiós, de modo idéntico,
frío del frío y frío del calor!
al cabo, al fin, por último, la lógica,
los linderos del fuego,
la despedida recordando aquel adiós.

Poema (José Ángel Buesa)

Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que, aunque el amor nos une, nos separa la vida.
Quizás te diga un día que se me fue el amor,
y cerraré los ojos para amarte mejor,
porque el amor nos ciega, pero, vivos o muertos,
nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos.
Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que nos quedamos juntos para toda la vida.

Despedida (Gabriel Celaya)

Quizás, cuando me muera,
dirán: era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

Lo que deje por ti (Rafael Alberti)

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

La despedida (Leandro Fernández de Moratín)

Nací de honesta madre: diome el cielo
fácil ingenio en gracias afluente;
dirigir supo el ánimo inocente
a la virtud el paternal desvelo.
Con sabio estudio, infatigable anhelo,
pude adquirir coronas a mi frente;
la corva scena resonó en frecuente
aplauso, alzando de mi nombre el vuelo.
Dócil, veraz, de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las musas bellas
mi pasión fueron, el honor mi guía.
Pero si así las leyes atropellas,
si para ti los méritos han sido
culpas, a dios, ingrata patria mía.

En la capilla estoy y condenado (Luis de Góngora y Argote)

En la capilla estoy, y condenado
a partir sin remedio desta vida;
siento la causa aun más que la partida,
por hambre expulso como sitïado.

Culpa sin duda es ser desdichado;
mayor, de condición ser encogida.
De ellas me acuso en esta despedida,
y partiré a lo menos confesado.

Examine mi suerte el hierro agudo,
que a pesar de sus filos me prometo
alta piedad de vuestra excelsa mano.

Ya que el encogimiento ha sido mudo,
los números, Señor, deste soneto
lenguas sean y lágrimas no en vano.

Porque dejaste el mundo de dolores (Manuel Acuña)

Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría
que aquí, si nace, sólo dura un día
y eso entre sombras, dudas y temores.

Porque en pos de otro mundo y otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores.

Yo te vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;

que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena
mejor es el sepulcro que la vida.

Lo que necesito de ti (Mario Benedetti)

No sabes cómo necesito tu voz,
necesito tus miradas,
aquellas palabras que siempre me llenaban,
necesito tu paz interior,
necesito la luz de tus labios.
¡Ya no puedo seguir así!
Ya…no puedo.
Mi mente no quiere pensar,
no puede pensar nada más que en ti.
Necesito la flor de tus manos,
aquella paciencia de todos tus actos,
con aquella justicia que me inspiras,
para lo que siempre fue mi espina,
mi fuente de vida se ha secado,
con la fuerza del olvido.
Me estoy quemando,
aquello que necesito ya lo he encontrado,
pero aún ¡te sigo extrañando!

Despedida (Manuel del Palacio)

Cual deja el ruiseñor la enamorada Doncella
de quien fue cautivo un día,
trocando por el valle en que vivía,
tiernos halagos y prisión dorada:
tal dejo yo vuestra amistad preciada,
dulce consuelo de la pena mía,
mi libertad buscando y mi alegría,
únicos bienes de mi edad cansada.
Pronto entre brumas al perder el puerto
soñaré con el puerto suspirado
de las iras del mar término incierto:
¡Voy a partir!
Los que me habéis amado
recibid estas lágrimas que vierto;
¡No tiene más que dar el desterrado!

Entre el dolor y el placer median tres criaturas (César Vallejo)

Entre el dolor y el placer median tres criaturas,
de las cuales la una mira a un muro,
la segunda usa de ánimo triste
y la tercera avanza de puntillas;
pero, entre tú y yo,
sólo existen segundas criaturas.
Apoyándose en mi frente,
el día conviene en que, de veras,
hay mucho de exacto en el espacio;
pero, si la dicha, que, al fin, tiene un tamaño,
principia ¡ay! por mi boca,
¿quién me preguntará por mi palabra?
al sentido instantáneo de la eternidad
corresponde
este encuentro investido de hilo negro,
pero a tu despedida temporal,
tan sólo corresponde lo inmutable,
tu criatura, el alma, mi palabra.

Aldeana (César Vallejo)

Lejana vibración de esquilas mustias
en el aire derrama
la fragancia rural de sus angustias.
En el patio silente
sangra su despedida el sol poniente
El ámbar otoñal del panorama
toma un frío matiz de gris doliente!

Al portón de la casa
que el tiempo con sus garras torna ojosa,
asoma silenciosa
y al establo cercano luego pasa,
la silueta calmosa
de un buey color de oro,
que añora con sus bíblicas pupilas,
oyendo la oración de las esquilas,
su edad viril de toro!

Al muro denla huerta
aleteando la pena de su canto,
salta un gallo gentil, y, en triste alerta,
cual dos gotas de llanto,
tiemblan sus ojos en la tarde muerta!

Lánguido se desgarra
en la vetusta aldea
el dulce yaraví de una guitarra,
en cuya eternidad de hondo quebranto
la triste voz de un indio dondonea,
como un viejo esquilón de camposanto.

De codos yo en el muro,
cuando triunfa en el alma el tinte oscuro
y el viento reza en los ramajes yertos
llantos de quenas, tímidos, inciertos,
suspiro una congoja,
al ver que la penumbra gualda y roja
llora un trágico azul de idilios muertos!

Lirismo (César Vallejo)

Lirismo de invierno, rumor de crespones,
cuando ya se acerca la pronta partida;
agoreras voces de tristes canciones
que en la tarde rezan una despedida.

Visión del entierro de mis ilusiones
en la propia tumba de mortal herida.
Caridad verónica de ignotas regiones,
donde a precio de éter se pierde la vida.

Cerca de la aurora partiré llorando;
y mientras mis años se vayan curvando,
curvará guadañas mi ruta veloz.

Y ante fríos óleos de luna muriente,
con timbres de aceros en tierra indolente,
cavarán los perros, aullando, ¡un adiós!

Puentes (Pablo Neruda)

Puentes: arcos de acero azul adonde vienen
a dar su despedida los qe pasan
por arriba los trenes,
por abajo las aguas,
enfermos de seguir un largo viaje
que principa, que sigue y nunca acaba.
Cielos arriba, cielos,
y pájaros que pasan
sin detenerse, caminando como
los trenes y las aguas.
¿Qué maldición cayo sobre vosotros?
¿Qué esperáis en la noche densa y larga
con los brazos abiertos como un niño
que muere a la llegada de su hermana?
¿Qué voz de maldición pasiva y negra
sobre vosotros extendió sus alas,
para hacer que siguieran
el viaje que no acaba,
los paisajes, la vida, el sol, la tierra,
los trenes y las aguas,
mientras la angustia inmóvil del acero,
se hunde más en la tierra y más la clava?

Adiós al vino (Pedro Antonio de Alarcón)

No más, no más en piélagos de vino
sepultaré, insensato, mis dolores,
velando con quiméricos vapores
de la razón el resplandor divino.

No más, hurtando el rostro a mi destino,
pediré a la locura sus favores,
ni, ceñido de pámpanos y flores,
dormiré de la muerte en el camino.

Arrepentido estoy de haber hollado,
vate indigno, con planta entorpecida,
el laurel inmortal y el áurea ropa…

¡Néctar fatal!, licor envenenado,
acepta, al recibir mi despedida,
el brindis postrimer… ¡Llenad mi copa!

Al sol (Rafael María Baralt)

Mares de luz por la sonante esfera,
triunfador de la noche, el carro de oro
lanza del sol, y su perenne lloro
suspende el mundo y su aflicción severa.

Dichosa al firmamento va ligera,
cual despedida flecha audaz condoro,
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
en alegre bullir hierven de amores,
cuando fecundo el luminar su vuelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.

Tercer poema de la despedida (José Ángel Buesa)

Llamarada de ayer, ceniza ahora,
ya todo será en vano,
como fijar el tiempo en una hora
o retener el agua en una mano.
Ah, pobre amor tardío,
es tu sombra no más lo que regresa,
porque si el vaso se quedó vacío
nada importa que esté sobre la mesa.
Pero quizás mañana,
como este gran olvido es tan pequeño,
pensaré en ti, cerrando una ventana,
abriendo un libro o recordando un sueño…
Tu amor ya está en mi olvido,
pues, como un árbol en la primavera,
si florece después de haber caído,
no retoña después de ser hoguera;
pero el alma vacía
se complace evocando horas felices,
porque el árbol da sombra todavía,
después que se han secado sus raíces;
y una ternura nueva
me irá naciendo, como el pan del trigo:
pensar en ti una tarde, cuando llueva,
o hacer un gesto que aprendí contigo.
Y un día indiferente,
ya en olvido total sobre mi vida,
recordaré tus ojos de repente,
viendo pasar a una desconocida…

Canción del viaje (José Ángel Buesa)

Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.
Pero sí que fue un viaje para toda la vida
y que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin despedida
igual que una maleta tirada en el andén.
Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para el tren.

Memoria de una despedida (Juan Rodes)

Recuerdo la última vez
cuando vi a mi padre.
Yo vivía en otra ciudad
y había llegado de visita
por una temporada.
Ya de regreso
me despedí de todos
en un segundo piso
donde vivía mi familia.
Baje a tomar el taxi
que me esperaba y antes de abordarlo
miré arriba al balcón
y ahí estaba mi madre en la ventana.
Nuestras miradas quedaron suspendidas.
Él sonreía diciendo
adiós con su mano.
Mientras yo lo miraba pensé que esta era
la ultima vez que lo veía.
Así fue y esa mirada
quedó grabada
en mi memoria.
Ha pasado el tiempo
y ahora tengo los años
de mi padre en esos días.
Vivo en la misma ciudad
donde él vivía,
tengo un balcón
como él lo tenía
desde ahí miro un paisaje
de edificios vegetación,
cielos y un horizonte,
curvado de montañas
que cambia con la luz
el sol, la luna, las nubes,
los días y las noches
de sombra y de silencio.
Este paisaje tan diferente
trae mi recuerdo,
la imagen de mi padre
sonriendo y diciéndome
adiós con su manos
a través de la ventana.

Poema de la duda (José Ángel Buesa)

Nuestro amor ya es inútil como un mástil sin lona,
como un cauce sin agua, como un arco sin flecha,
pues lo que enciende un beso lo apaga una sospecha,
y en amor es culpable el que perdona.
Ya es sombra para siempre lo que miró la duda
con su mirada amarga como una fruta verde;
y el alma está perdida cuando pierde
el supremo pudor de estar desnuda.
Así, frente a la noche, te he de tender la mano
con un gesto cordial de despedida,
y tú no sabrás nunca lo que pesa en mi vida
la angustia irremediable de haberte amado en vano.

Estoy aquí contigo (José Ángel Buesa)

Estoy aquí, contigo. Y pienso en ti, a tu sombra,
a tu sombra callada como un agua de otoño.
Aquí, con la cabeza caída en tu regazo,
como para que pienses que contemplo las nubes.
En tu rostro apacible se refleja el crepúsculo,
y eres tan bella, amiga, que me duele mirarte.
Aquí estoy, a tu sombra, pensando en ti, contigo.
Y tú piensas, acaso, que estoy pensando en otra.
Tú sonríes, segura del poder de tu beso,
y yo cierro los ojos para sentir tu ausencia.
Ah, pobre amiga mía, cómo quisiera amarte,
amarte como entonces, cuando tú no me amabas…
Ah, sí, qué pronto pasan el amor y las nubes…
Qué irreparablemente se mustian las espigas…
Aquí, bajo este árbol que ignora su silencio,
mí corazón se aleja tristemente del tuyo.
Y, sin embargo, amiga, ya ves que te sonrío.
Y mi boca recorre la distancia del beso.
Pero pienso en el modo de dejar de besarte,
y en una despedida que no te haga llorar…

El fruto es el resumen del árbol (Roberto Juarroz)

El fruto es el resumen del árbol,
el pájaro es el resumen del aire,
la sangre es el resumen del hombre,
el ser es el resumen de la nada.
La metafísica del viento
se notifica de todos los resúmenes
y del túnel que excavan las palabras
por debajo de todos los resúmenes.
Porque la palabra no es el grito,
sino recibimiento o despedida.
La palabra es el resumen del silencio,
del silencio, que es resumen de todo.

Adiós (Clemente Zenea)

¿Qué te puedo ofrecer? –De un alma inquieta
un suspiro de amor desesperado,
mis pálidos laureles de poeta
y mis sueños de mártir emigrado!

Vengo a brindarte una esperanza tierna
para pagarle a mi pasión tributo,
y a pronunciar mi despedida eterna
vistiendo el arpa con crespón de luto.

Amargo adiós entre mis labios vaga,
como rueda en el aire el eco incierto
del gemido de un hombre que naufraga
cuando corta el bajel ondas del puerto.

¡Ya no más te veré! –Ronco murmullo
levanta mi conciencia, y yo indignado
imponiendo cadenas a mi orgullo
perdón te pido por haberte amado!

¡Perdón! ¡Perdón! –No pienses, inhumana,
que mi tormento y mi dolor mitiga
la promesa de hallar en ti una «hermana,»
o el pensamiento de llamarte «amiga.»

Olvida el loco afán y el entusiasmo
con que tu imagen adoré de hinojos,
y no pagues con risas de sarcasmo
las gotas más acerbas de mis ojos.

Olvida si es posible, las pasadas
noches, en que al cruzar junto a tus rejas
blanquearon mis cabellos las nevadas,
y el viento se llevó mis tristes quejas!

Mudanza (Clemente Althaus)

Ni a la Fortuna sus tesoros pido,
ni ya codicio el mando peligroso,
ni de la Gloria el resplandor hermoso
ni el aura vana y popular ruido;

Ni de insigne beldad, de gracias nido,
ser el feliz enamorado esposo:
sólo anhelo las playas del reposo
y el agua soñolienta del olvido».

Así dije, y eterna despedida
dar a dichas y pompas de este suelo
mi alma creyó, del desengaño herida:

mas ya sacudo de la tumba el hielo,
y ya me torna a alucinar la vida,
¡y amor, fausto y poder y gloria anhelo!

Estrenando un álbum por la última página (Carolina Coronado)

Yo elijo la postrera de tus hojas,
yo voy a anticipar tu despedida;
ya blanco libro, que mi nombre alojas:
sabes cuál es tu término en la vida.
¡Ay! si también pudiera el alma herida
anticipar el fin de sus congojas…
Yo de mi juventud saber quisiera
qué nombre hay en su página postrera.

La niña de Guatemala (José Martí)

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda…

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores…

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡ la frente
que más he amado en mi vida!…

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor

Una oscura pradera me convida (José Lezama Lima)

Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.

A una desposada (Francisco Sosa Escalante)

Al mirar de tus sienes desprendida
De blancas flores la nupcial corona,
Mañana en noble y en gentil matrona
Te verás, niña hermosa, convertida.

De tu paterno hogar la despedida
Lágrimas á tus ojos amontona,
Y tiemblas, palideces, te abandona
De tus ensueños la ilusión querida.

Desecha, bella niña, los temores,
Vuelva a tus labios la sonrisa pura,
Resplandezcan tus ojos soñadores;

Que si orna la virtud á la hermosura,
El hogar que le brindan los amores
Es un cielo de paz y de ventura.

Las tres musas últimas castellanas (Francisco de Quevedo)

El ver correr de dios la sangre clara
en abundante vena por el suelo
(que borró el sentimiento todo el cielo
y al sol desaliñó cabello y cara);
ver la generación dura y avara
hartarse de venganza en su consuelo,
oír la grande voz que rompió el velo;
amaneciendo sombras que declara,
no fue bastante, con afán tan fuerte,
a desatar un alma combatida
que por los ojos en raudal se vierte.
Pues aunque fue mortal la despedida,
aun no pudo, de lástima, dar muerte,
muerte que sólo fue para dar vida.

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